Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
En la alegría de Cristo Resucitado, les saludo muy
afectuosamente, deseando para Ustedes abundantes bendiciones del cielo. Que el
Resucitado sea la respuesta a nuestras esperanzas, la certeza a nuestra fe y la
alegría cumplida a nuestras ilusiones. Que la luz de Su verdad ilumine nuestras
vidas y disipe las tinieblas del pecado y del error.
Con inmensa alegría, me es grato comunicarles que el
próximo 14 de mayo seré ordenado Diácono junto con otros
Seminaristas, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, aquí en Roma. Motivo
por el cual, les pido sus oraciones, a fin que Cristo, siervo y Señor nos ayude
a ser Sus fieles servidores y lo menos indignos posible para recibir su gracia.
Como aquella tarde en la que llamó los primeros
discípulos en la rivera del Jordán (cf. Jn 1,38-39), hoy sigue llamando a
quienes Él quiere (cf. Mc 3,13) para que sean sus discípulos, sus amigos, sus
íntimos. Nos llama para estar con Él y para enviarnos a predicar (cf. Mc 3,14).
Es una llamada que implica respuesta y ante la que no se puede permanecer
indiferente. Un día también nosotros hemos experimentado esa llamada y nos
pusimos en camino en un itinerario de formación, con la intención de responder
a esa llamada que creímos haber escuchado.
Ahora, con la ordenación Diaconal, Dios mismo nos confirma en nuestro propósito y la Iglesia acoge nuestra intención de consagrarnos al servicio de Dios para el bien de las personas a las que seremos enviados (cf. Hb 5,1-6). La vocación es, pues, un don y un misterio – como diría el Beato Juan Pablo II –, un don porque es inmerecido y aun así se nos ha sido dada, y un misterio porque nunca alcanzaremos a comprender completamente el por qué de nuestra llamada.
Ahora, con la ordenación Diaconal, Dios mismo nos confirma en nuestro propósito y la Iglesia acoge nuestra intención de consagrarnos al servicio de Dios para el bien de las personas a las que seremos enviados (cf. Hb 5,1-6). La vocación es, pues, un don y un misterio – como diría el Beato Juan Pablo II –, un don porque es inmerecido y aun así se nos ha sido dada, y un misterio porque nunca alcanzaremos a comprender completamente el por qué de nuestra llamada.
Con todo, les pido nos encomienden en sus oraciones; les
pido me encomienden de modo particular, y, aunque no puedan estar físicamente
aquí conmigo para celebrar este grandioso día, les pido se unan a mí en oración
y den gracias a Dios conmigo por llamarme a esta aventura vocacional. Yo estaré
rezando por ustedes, para que su vocación cristiana sea fructífera. Ustedes
recen por mí para que pueda vivir el ministerio como Dios lo quiere y la
Iglesia lo necesita.
Me despido de Ustedes, les saludo muy afectuosamente y
espero pronto nos veamos de regreso en El Salvador.
Sinceramente en Cristo,
Reynaldo Antonio Rivas
Sinceramente en Cristo,
Reynaldo Antonio Rivas
Querido Reynaldo:
ResponderEliminarCon inmenso gusto rezaré por tí, para que el Señor te conseda lo que le pides. ¡FIAT!
De Diácono Walter H.
ME ALEGRO MUCHO CON SU ORDENACIÓN DIACONAL........YA NO SERÁN SOLAMENTE TRES HORAS................. SERÁN MAS.
ResponderEliminarLE HE ENCOMENDADO A DIOS.